Por Julieta E. Libera Blas.
Cuando el niño destroza su juguete,
Víctor Hugo.
parece que anda buscándole el alma.
Queridas y queridos lectores.
Existe un anuncio de cierta marca de cigarros en donde un vaquero cabalga animoso su caballo blanco. El paisaje es espectacular; las montañas nevadas, los árboles cubiertos de ésta; la noche poco a poco cae mientras a la distancia se visualiza una cabaña, la chimenea encendida anuncia un hogar cálido, el árbol de navidad a punto de ser puesto seguramente en un rincón acogedor.
Como si fuera ayer recuerdo embargada de cierta nostalgia las cenas navideñas en casa de mis abuelos. Al llegar a ésta, cruzaba la sala con premura pues me urgía abrazarlos, oler el aroma incomparable de mi “mamá” y tocar la suavidad de las manos de mi “papá” para después ponerme a jugar con mis primas. Esa navidad estaba la televisión encendida y dicho anuncio se trasmitía mientras yo miraba con maravilla el árbol de navidad plateado que posaba casi inmaculado en la sala de la casa, sus esferas azules y las luces multicolores lo hace ver en mi memoria grandioso e intocable.
Dentro de la cocina entre risas y charlas quizá sin sentido para mí, se encontraban mis tíos. La ensalada navideña de mi tía ahí estaba en el centro de la mesa, color rojo, con un sabor a cacahuate que me hostigaba al grado de esconderla entre los platos ya usados de mis padres. Salía corriendo al patio para jugar con mis primos, encender las luces de bengalas, mirar la piñata que partiríamos después de recibir a los peregrinos porque en la casa de mis abuelos se cantaba las letanías y nos daban colaciones que nunca me comía porque no me gustaban.
Aquellos primos con los que jugué cada sábado en el patio, en la azotea en donde nuestro juego predilecto era el creer que ésta era el mercado y las plantas de mi “mamá” eran o verduras o frutas. En nuestro mercado imaginario también existía una iglesia, los tanques de gas los utilizaba como campanas, golpeándolos sólo para llamar a los fieles a misa de dos. Recuerdo a mi “mamá” subir con angustia las escaleras de la azotea para advertirme que si seguía golpeando los tanques de gas saldríamos volando. En el cuarto de costura jugábamos a ser alumnos de una escuela imaginaria en donde mi prima la mayor era nuestra profesora. Cuando ella entró plenamente a su adolescencia justo antes que muriera nuestro “papá” los juegos con ella poco a poco fueron terminando, su vida social nos congeló y ella sólo hablaba de sus novios y amigos; recuerdo que mi hermana la escuchaba atenta y que pasaban horas platicando y riendo; yo quería ser parte de esas pláticas pero mi edad estaba distante a sus nuevos gustos.
Cuando eres un niño es fácil o eso creemos, olvidar ciertas ofensas, cerrar las heridas. Darle vuelta la página pero hay páginas en nuestro libro de la vida en donde los capítulos no son nada fáciles de leer porque duelen e incomodan. Aquellos regaños que nos dejaron desprotegidos y llenos de vergüenza porque fueron delante de extraños o personas muy cercanas a nosotros. La burla de nuestros hermanos o amigos al no poder realizar ciertas actividades que para ellos eran simples: el no acreditar un examen o enfrentar una tarea complicada, cursar una materia difícil. Cuando no hay una persona en nuestras vidas que nos aliente y sepa guiar para explicarnos las cosas de la mejor manera, las heridas se hacen profundas corriendo el riesgo de que jamás dejen de supurar.
¿Qué decir del bullying? Ya antes existía, siempre ha estado ahí, generación tras generación pero el acoso en ese tiempo al parecer no era tan violento. Hace algunos ayeres, en cierto colegio en donde estudié la mayor parte de mi vida lo sufrí en vivo y a todo color. Es increíble la tenacidad que tienen algunos infantes para hacerle la vida miserable a otro que lo único que busca es estudiar, tener amigos, jugar, conversar. Es asombroso el poder de no quitar el dedo del renglón y entre más oprimen, más dañan. ¿Cómo sobreviví? Al parecer me salvó mi orgullo; los sábados en casa de mis abuelos, aquel único día en el que convivía con el niño más bonito del mundo, de mí mundo.
Sobreviví por necedad al aferrarme a la lectura y a la escritura pues lo que vivía día a día me alentaba a hacerlo. Sin comas, ni puntos, y con faltas de ortografía. ¡Qué importaba! El juego era soltar todo aquello que dolía y provocaba tristeza. Sobreviví tal vez al encerrarme en mi cuarto y actuar obras de teatro inexistentes, cantar canciones que jamás verían la luz. Hacer comida con mis juguetes imitando a mi mamá o a “Chepina” Peraltra. Jugar con mi hermano en el jardín imaginando que estábamos en el bosque construyendo una cabaña, haciéndoles de comer a los pájaros que ahí bajaban a picotear unas manzanitas diminutas que no podíamos comer porque corría el rumor de que eran venenosas. Construíamos carreteras con las colchas y sábanas de nuestras camas pero también sobreviví aferrándome a ver los amaneceres en Amecameca, mirar el volcán e intentar alcanzarlo con mis manos. Las voces de mis primos Andrea y Daniel, y la de mi hermana, me hacían pensar si yo tendría la oportunidad de compartir y reír con alguna buena amiga. Cada vez que ellos se juntaban platicaban durante horas, su infancia la habían dejado atrás. Su adolescencia se encontraba ahí, como vaso desbordante de sueños y anhelos.
Uno sobrevive no por echarle ganas sino porque enraizamos a nuestra alma los valores y el amor con el que nos hemos ido construyendo, las horas de dicha con esas personas que si hoy son ajenas a nuestras vidas, en su recuerdo vive el amor invaluable que les tuvimos. Pero seamos claros: el acoso escolar que se vive hoy en día va más allá de la crueldad; nos hemos convertido en una estatua muda que es testigo de la violencia hacia otros y cruzados de brazos miramos como parte de nuestra sociedad se va cayendo a pedazos. Esto se ha convertido en una cacería descomunal, la ley del más fuerte impera y los aparentemente débiles se convierten algunas veces en victimarios crueles sin escrúpulos, otros más corren hacia un lugar tranquilo en donde puedan reconstruirse siempre sanando su alma. Hay un sinfín de historias por narrar, cada uno de nosotros sabemos cuál ha sido el sendero andado, cuántos ramalazos hemos detenido y cuántos más hemos recibido.
¿Qué se necesita para que cese esta violencia? ¿Qué se necesita para que nos respetemos los unos con los otros? El bullying no sólo es un asunto de los infantes sino también de los adultos que tienden a proyectar sus heridas y frustraciones en otro que es ajeno a nuestras guerras internas. Mi madre siempre ha dicho que los niños aprenden de lo que ven en sus casas. Se van formando de su cotidiano, de la música, cine, programas, amistades, conversaciones que la mayoría son ajenas a su edad; se alimentan de heridas ajenas. Les amarran a los pies rencores y odios que no les pertenecen.
Se supone que la infancia debería de ser un recuerdo nítido y hermoso, en donde todos nuestros recuerdos son dichosos. Sin embargo, no es así porque algunas infancias se ven marcadas por la violencia del abandono, el lenguaje cruel y la enseñanza que obliga y no enseña sino avergüenza y daña.Son sometidos a la soledad por prioridades que si bien nos dan estabilidad nos aleja de los seres más inocentes que no piden venir a sufrir. Cuando escuchamos que sería maravilloso volver a ser niño algunos de nosotros no nos sentimos afines a tal deseo porque nos produce escozor, incomodidad, temor o tristeza y que provoca bloquear cualquier entrada que nos conmine a recordar momentos que no nos hicieron sonreír sino padecer momentos en que creíamos que el tiempo era eterno, sin escapatoria, sin salida alguna.
A los niños se les debe de generar confianza para poder expresarse de una manera natural y sin miedos. Hacer lo posible para que sus hijos o hijas, si es el caso, les confíen sus temores, dudas o miedos pero también sus alegrías, éxitos y logros.
Uno debería de disfrutar cada día porque la vida cambia a cada segundo. El tiempo pasa rápido y sin darnos cuenta aquellas personas con las que departimos la mesa y la infancia poco a poco van desapareciendo de nuestras vidas.
Hace unos días leí el origen del Día del niño, entre muchas causas escuché con pena que los niños mexicanos de hace un siglo fueron convencidos u obligados a participar en la Revolución Mexicana, pero no sólo nuestro país ha sometido a sus infantes a participar en batallas absurdas, no sólo en este país se les ha arrancado la felicidad de tajo a los niños, sino en todo el mundo ha sucedido esto sin culpa, remordimiento y preocupación.
Al escribir esto y compartírselos decido quedarme con las las tardes en aquella hacienda a lado de mis primos, siempre a lado de mi hermano jugando, recogiendo nueces para intentarlas abrir con las piedras que nos encontrábamos en el camino. Corriendo atrás de un autobús sólo para ver qué hacía el chofer. Jugando en el río o ellos lanzándose a una especie de zanja sólo para hacerle entender a quien fuera que estábamos ahí para divertirnos, para tener estos recuerdos que espero hoy se los compartan a sus hijos. Me quedo con mis días llenos de felicidad a lado de mi Dulce, una maltés color café a la que amaba con toda la ilusión de una niña que buscaba en amor y la compañía en sus tardes únicas de juego. Mis días con mi Tracy, nuestros juegos aún viven en la sonrisa de mis recuerdos. En las pláticas eternas en la azotea de mi casa, con mi querido hermanito que desde ese entonces tenía la música muy dentro de él.
Me quedo con los buenos momentos que tuve a lado de mis mis hermanos, los trineos hechos de almohadas para que corrieran por las escaleras y cayéramos en una cama de colchas. Nunca olvidaré aquellos tiempos a lado de mi padre jugando lotería, basta o aprendiendo a andar en bicicleta. De niña quería ser médico como él o como el Dr. Sánchez Mejía pero también quería ser cantante de ópera o pintora. Quise ser gimnasta y dentista pero soy esta mujer que se convirtió en escritora y comunicóloga, lectora y todavía soñadora.
Algunas veces me pregunto ¿qué sucedería con aquellos profesores cómplices y partícipes de aquel acoso que sufría de niña hasta mi preadolescencia? ¿Qué será de aquella profesora que abrazándome le decía a mi mamá que era una excelente alumna pero que al momento de darse la media vuelta hacia burla de mi persona? ¿Qué será de usted profesora? ¿Qué será de aquellos compañeros que el acoso lo hicieron una simplona diversión?
Les deseo un día de la infancia en donde puedan conectar con su niño o niña interior y que cada recuerdo y cada juego les permita darse una sonrisa para celebrar sin tristeza que un día, hace no mucho tiempo, fueron niños y niñas dispuestos a soñar, a navegar entre amor, confianza y libertad.


