el macuarro

El Macuarro

Por Enrique Fortunat D.

Casi todo el pueblo le conocía como «El Macuarro», era alto, pasado de peso, desaseado y malhablado «como la chingada» a su propio decir.

Vivía pegado a la orilla este del río, a las afueras del pueblo; criaba puercos y no faltaba el comentario malintencionado del doctor Chavarría que, cuando lo veía entrar en la cantina, decía en voz baja que su aspecto era un caso típico de «mimetismo ambiental»; Pedro Tompera -el boticario- pelaba los ojos y preguntaba: ¿De qué? y Chavarría se limitaba a sonreír y darle un largo trago a su cerveza, dejando a Tompera en las mismas. Todo esto lo sabía El Macuarro y se reía de ellos, si acaso tomaba alguna simplona venganza, como sucedió el día de San Pablo el Milagroso -patrono del pueblo-, en que el boticario tuvo la ocurrencia de decir que al Macuarro, cuando nació, el médico en lugar de darle una nalgada lo había agarrado a cinturonazos por feo, sin darse cuenta que el Macuarro le escuchaba justo detrás de él. Cuando el boticario volteó la cara para festinar con todos la puntada, se topó frente a frente con el Macuarro, palideció, comenzó a balbucear una disculpa. Demasiado tarde, por única respuesta encontró un eructo seco proferido a 10 centímetros de su cara, mismo que decía le mantuvo «prácticamente en estado de coma» por tres días.

Todo sucedía y todo pasaba en el pueblo de San Pablo del Río.

La gente paseaba los domingos, después de misa, por la plaza.

Entre semana trabajaban. Unos pescando, otros cultivando camote y papa, y el Macuarro criando cerdos. El Macuarro era vegetariano. Decía:

– ¿ A ver, cómo jijos de la chingada le hago pa´ tragarme a un animal que yo alimente y cuidé? Me cai de madres que no puedo.

– Efectivamente mi Macuarro -le decía Mateo Sanibar-, aunque sucio por fuera, eres de corazón limpio.

– No seas mamón.

Así era el Macuarro, ni hablar.

Un día llegó a San Pablo el comerciante Camilo Erneras, de 55 años, viudo, con dos hija y un hijo: De 27 años, Marta; de 24, Ana; y un mozalbete de 22 años llamado Cástulo. Abrió una tienda llamada «La Victoriosa» en la que había de todo un poco: abarrote, artículos para el hogar, papelería, herramientas, jarciería, tlapalería, etc.

Sucedió que el Macuarro quedó prendado por los encantos de Marta, y a partir de ese día comenzó a vestir pulcramente y a asear su persona como nunca se había visto. Procuraba utilizar un lenguaje correcto, asistía puntal a la misa dominical y se le veía por las tardes contemplar el firmamento sentado a la vera del río mientras lanzaba al espacio infinito unos suspiros monumentales.

Mateo Sanibar -que le conocía y le quería bien- de plano comentó:

– Ora si Macuarrito, te jallaste el amor.

– Ni hablar Teito ando como burro sin mecate.

– ¿Y te hace caso Marta?

– Pos no sé, la miro y ni me atrevo a hablarle, de al tiro me quedo mudo.

– Acércatele menso, total, ella no sabe nada de tu pasado,

– Pero el apodito…

– Nada, no te fijes, agua que ya corrió, además de buena fuente sé que la muchacha no te ve con malos ojos.

– ¿De dónde sacas semejante cosa ?

– La Ramona, mi mujer, ya sabes que le gusta la plática, y un comentario aquí y otro allá, en la tienda de Don Camilo, hasta que Marta apenas hace tres días le preguntó que quien eras, que si eras casado, y las babosadas que se dicen las viejas en esos casos.

– Júramelo.

– Por Dios Macuarrito, yo te tengo ley.

Y Mateo no mentía, Marta que no conocía al Macuarro de antes, sólo había visto a un joven alto y ligeramente obeso que era educado y cortés cuando entraba a la tienda de su padre, y así, sin antecedentes, se había interesado en él. Y la muchacha no hacía mal, después de todo el Macuarro era bueno y con lo ahorrado en varios años de descuido hacia su persona, disponía de un capital suficiente para iniciar una vida marital sin estrecheces.

– Pos tienes razón Mateo, mañana mismo me voy a verla a invitarla un helado por la tarde, tempranito me voy pa´l río a cortarle unas flores.

– Así mero te quiero ver.

A la madrugada siguiente el Macuarro se fue al río y comenzó a juntar las más fragantes flores, las de colores más vivos, para hacerle un arreglo digno de la belleza de su amada. Pasó un buen rato en esto y cuando lo tuvo al punto decidió irla a ver, en eso estaba cuando se le ocurrió adornar el arreglo con unas plumas multicolores. Pensar y hacer fue uno en él y en menos de lo que lo cuento se encaramó a un árbol para tomar algunas plumas del nido que se encontraba ahí mismo.

Ya cerca de su objetivo, la rama crujió. «Eso no se oye bien, mejor me bajo, no me vaya a partir la madre» -pensó el Macuarro-.

Otro crujido y por las prisas por bajar, resbaló, cayó de bruces desde considerable altura, con los ojos muy abiertos, viendo la enorme roca contra la que habría de estrellarse su cabeza.

– Me carga la chin..!

No terminó la frase, ahí mismo quedó muerto.

Mateo perdió un amigo, Chavarría ya no pudo hacer bromas a sus costillas, Pedro Tomperas jamás se enteró de que qué diablos era eso del «mimetismo ambiental», Marta dijo que «Ay, qué lástima, se veía buena persona». El pueblo de San Pablo del Río perdió un personaje pintoresco, la Ramona se quedó sin la oportunidad de hacerla de cupido, los marranos sin quien los cuidara, y nosotros sin saber el verdadero nombre de nuestro protagonista.

– ¿Por qué?; No lo sé, a veces las cosas son así, otras no, pero esta vez sí.

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