ucronicas 24

Nosotros como puente generacional o de cómo «en mis tiempos no hacíamos esas tarugadas»

Por Juan de Lobos.

Queridos lectores, amables lectoras. Como cada semana, me toca compartir mi experiencia como una especie de vínculo entre la realidad, las realidades que pudieron ser, las realidades que no deseamos que sucedan y las que con todas nuestras ganas apostamos para que sucedan. Pero entre esos universos paralelos, esas ucronías, distopías y utopías, no hemos abordado aún, nuestra importancia como encargados de transmitir conocimientos de la generación de nuestros padres y abuelos a la generación de nuestros hijos y posibles nietos.

La expectativa de vida se incrementó casi treinta años comparada a la expectativa de vida durante la década de los 20 en el Siglo XX, tomando en consideración la aparición de los antibióticos, vacunas y el fin de las revoluciones y guerras. Ahora nuestro entorno es distinto, mejor alimentación, mejores tratamientos médicos desarrollo tecnológico y cambios sociales y culturales que nos colocan en una situación única comparados a los siglos pasados.

Pero como un sobreviviente del Siglo XX y superviviente de las primeras dos décadas del Siglo XXI, me sentía en la obligación de repetirle a las nuevas generaciones la trillada frase: “En mis tiempos…”. Cuando en realidad sigo viviendo mis tiempos, aunque se hayan empalmado con el tiempo de mis bisabuelos, de mis abuelos, de mis padres, de mi Hijo y sobrinos y el de futuros nietos.

Sigue siendo mi tiempo porque sigo creando, sigo maravillándome de las novedades tecnológicas, sigo sin comprender la jerga de la juventud, descubriendo los Hot Wheels, pero sobre todo, comprendo mucho mejor las intenciones y expectativas que pusieron mis padres en mí.

Ser un crononauta lo suficientemente consciente como para entender referencias y diferenciar las nuevas producciones con “remakes”, el conocer en cuál o en qué obra se basaron para crear una nueva franquicia o enojarme profundamente con una nueva versión multirracial y plurisexual de algún clásico de la literatura universal o de la cinematografía mundial.

He cobrado consciencia suficiente como para comprender que nos hemos dañado mucho al dañar al planeta, que nuestros abusos y malas costumbres nos están privando de un mejor futuro y que la raza política es la misma, aunque usen otros eslóganes o colores en sus partidos, que la de hace sesenta años.

Que esa misma consciencia me ha permitido disfrutar el jugar con GI Joes o de escuchar Universal Stereo, acompañado de mi padre y de mi hijo (aunque no al mismo tiempo) lo que me hace añorar “La noche quedó atrás” de Víctor Manuel Otero en la voz maravillosa de Adolfo Fernández Zepeda; recordar que compartí la serie “Bones” y “Soy Luna” con mi mamá mi hijo y mis sobrinos; que platico con mis hermanitos sobre juguetes, películas, licores, cervezas, karaoke, política y tacos de carnitas; que he jugado juegos de mesa con mi mamá, mi hijo, mi ahijado, mis sobrinos y amigos que son ya parte de mi familia, desde las damas chinas hasta el euro más novedoso; que durante años vi a mi abuelo mirar los partidos de los Pumas de la UNAM y cuando le preguntaba quién iba ganando siempre respondía serio y risueño a la vez 0-0 favor el árbitro y esa afición pasó hasta a mi (su) descendencia…

Somos lo que fueron quienes estuvieron antes. Sin duda alguna, sus sueños, sus fracasos, sus esperanzas y miedos llegan a nosotros. La guerra atómica, la paz total, la invasión de los robots, las mejoras físicas a partir de órtesis y prótesis, la comunicación mundial, el ostracismo digital. Somos hijos del átomo, de esclavos y amos, somos hijos de imperios caídos y repúblicas cleptocráticas, somos padres de hijos e hijas ajenos, abuelos de perrhijos y gathijos, inconformes empleados o inconformes emprendedores de negocios sin despegar, profesionistas ruleteros e ignorantes y millonarios tiktokers.

La brecha generacional no es tanta si comprendemos que todos vamos hundidos en ella, nuestros bisabuelos, bisnietos, hijos, padres, choznos, tatarabuelos, madres menores de edad y adultescentes en busca de oportunidades después de los cincuenta años. Somos todo eso, podemos ser todo eso, fuimos todo eso.

Lo he mencionado en anteriores columnas. El futuro ya no es lo que era, pero tampoco el pasado ha sido lo que creemos recordar.

Encontramos, parte de nuestro pasado dando brincos en nuestras actitudes, al reconocer rasgos de los abuelos en los ojos y facciones de los nietos, comenzamos a repetir esas frases a nuestros hijos, las mismas que nos dijeron nuestros padres y a ellos nuestros abuelos: cuando tengas hijos me vas a comprender. Nuestro miedo, fundado, es que la nueva generación no nos comprenda y quedemos como estúpidos al advertirles de los peligros que nosotros les causamos al maleducarlos, el peligro que corrimos por maleducarnos también.

Hoy veo cada vez menos personas fumando cigarrillos de tabaco, pero veo a más personas consumiendo drogas. Veo más personas disfrutando de su libertad sexual, pero también a muchos irresponsables de sus propios deseos. Veo el futuro con un inmenso temor, porque ya no es mi futuro, si no el de mis hijos y nietos. Comprendo que es una espiral de patrones repetitivos, de edades de oro y de edades de tinieblas, de descubrimientos científicos y de superstición, de renunciar a la Historia para reivindicar a grupos que estaban muy tranquilos creando y disfrutando de su propia identidad.

Esta semana no deseo recomendarles una película, una canción o un libro en particular, pero sí me gustaría que compartieran con alguien de otra generación una charla, alguna inquietud, algún sueño y traten de establecer un vínculo entre esa plática, esa inquietud o ese sueño con los suyos propios, algo que nos ayude a entender que somos lo que fuimos y seremos en este viaje de recuerdos y planes llamado vida.

P.S. Sí, sí hicimos (hice) muchas tarugadas, más de las que me gustaría admitir, ustedes también las harán, consciente o inconscientemente, por gusto, por obligación o por presión, lo importante es aprender de ellas, superarlas, reirse de ellas, saber que algunas se convertirán en graciosas anécdotas para las generaciones venideras.

Quedo de ustedes.

Yo sí estaba en la onda , pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que tengo no es onda. Y la onda de onda me parece muy mala onda. ¡Y te va a pasar a ti!

Abraham “Abe” Simpson.
Personaje de Matt Groening. Dibujante y productor estadounidense

*El contenido de este texto no contiene I.A. y fue creado de acuerdo a los antiguos cánones de la escritura, a partir de un tema, un conocimiento previo, investigación y redacción.

Deja un comentario