julieta 06

Diáfano y Trepidante

Por Julieta E. Libera Blas

“Es asombroso como el cuerpo humano puede volverse contra sí mismo. El mismo proceso que necesitamos para crecer en el vientre, para regenerarnos a nosotros mismos; sistemáticamente nos devora en vida. Y nadie está exento; ni las niñas, ni los padres de las niñas.

Cáncer en el cerebro, en el hígado, en los senos; es el mismo traidor, el mismo predador: despiadado e inmisericorde, como el tiempo.”

ER (Temporada 8, Ep. 20/ 2001) (Serie de Televisión 1994-2009)

Queridas lectoras y lectores.

¡Qué sencilla palabra! Tan diáfana y trepidante. Nos hace correr, volcarnos a un abismo. Nos provoca nauseas, jaqueca, mansedumbre, tristeza, inquietud. Nos convierte en niños, pidiendo consuelo de nuestra madre al ver que nuestro globo rojo se soltó de nuestras manos. La mente ágil ante garrafal noticia nos crea escenarios desgarradores, senderos inciertos, agonía lenta, dolor, incertidumbre.

Adela corrió al teléfono para hablar con él, su voz temblaba, y al escucharlo, simplemente su alma se quebró mientras sentía que se ahogaba en llanto. ¿Cómo permitir que una luz se extinga sin antes utilizar todas las armas posibles para combatir la guerra que le aguarda? ¿Cómo permitirse cruzarse de brazos sin antes buscar soluciones? Dijo Adela: si debo de tomar tés: lo haré. Si debo enfrentarme a la caída de mi cabello: Ya crecerá. Si debo de perder esta batalla ¿qué puedo hacer?. El médico le preguntó por su sentir y ella ecuánime respondió: ¿qué quiere que haga doctor? Ya estoy en esto, haré lo que deba de hacer.

Y todos pensaron que las cosas se harían conforme a sus peticiones, sin exageraciones, lo que ella necesitara, sería. Lo que ella no deseara, lo harían también sin respingos, ni llantos.

Adela, mujer ágil, inteligente, vivaz, dulce, jovial. Irónica como pocas, fuerte como muchas mujeres que he conocido en el camino de mi vida. Después del diagnostico se preguntaba dentro del silencio de su habitación ¿en qué falló? No guardaba rencores, ni odios. Nunca había tenido envidias, jamás había tenido un mal comportamiento y si lo hizo no había sido consciente de ello. Recurrió a las oraciones, se confesó y comulgo  todos los domingos, tomó tés, se acercó aún más a su familia. Comenzó a reírse de su diagnóstico, se burló de sí misma ante la caída de su cabello: fuente de su vanidad, como cualquier mujer. De sus piernas tan  delgadas como dos popotitos. Tomó “terapia de barras”, disfrutó cada día y cada noche; aunque algunas veces se le notaba la tristeza en los ojos siempre intentaba sonreír a pesar de todo. Nunca bajó la guardia ante la tempestad. Pocas veces Adela lloró; por ejemplo, aquella vez en que subiendo las escaleras sus lágrimas rodaron hasta su cuello.

Dicen que la vida es hecha para los más fuertes, quizá tengan razón porque a ella siempre la he visto de cara al Sol.

Cuando la noticia es todavía fresca y no es digerida, pensamos ¿será verdad que esto es el resultado de nuestros rencores, enojos, egoísmo, envidias, malas decisiones? ¿O sólo sea que efectivamente nuestras células proliferan de una manera incontrolada internándose entre nuestros tejidos? Palabra de largo aliento que nos ahoga ¿por qué no hay cura para tal desdicha que no solo arrasa con el paciente sino con toda la familia?

Es como si el reloj se detuviera y echara andar las manecillas del reloj hacia atrás, como pidiéndonos algo, quizá asomarnos a ese tiempo que no supimos abrazar ni amar porque nos buscamos todos los errores posibles o porque no estábamos de acuerdo con alguien o con algo y sin embargo, lo aceptamos.  ¿se han hundido en el fondo de una alberca? ¿en una tina? ¿en el mar? ¿Han sentido esa inmisericorde falta de aire? ¿Han escuchado ese silencio hueco que nos conmina a sentir la quietud de la nada? Tal vez sea lo más cercano al sentimiento de que alguien te comunique que ese “mal estar, que ya pasará” es nada más y nada menos que esa pesadilla que jamás pensamos soñar.

¿Cómo volver a respirar después de tan tremendo anuncio? Él escuchó atenta a Adela, le pidió que respirara tranquila, que todo estaría bien. ¿y si no es así? –preguntó ella-. Así será, debes de confiar en la medicina, en remedios naturales, en terapias. Debes de confiar, en la vida, en Dios. Confiar en ti, en que tus ganas de vivir te ayudarán para salir adelante.

En aquellos días la vida cambió: horarios, salidas, encuentros, pensamientos. En algunas ocasiones el convivir cotidiano se volvió sofocante y otras más solo los pensamientos se cruzaban sin tocarse pero todos iban al mismo camino, a la misma vereda que se divide en ser fuerte o dejarse llevar en la turba de los malos pensamientos, ésos que te devoran el alma. Sin embargo, los días se convierten en una constante interrogante, en el qué pasará y por qué pasó. En sumar puntos y no restarle más a la vida que sí ha dado tanto.

Pocas personas se quedan en la misma vereda, algunos se marchan, otros ni se enteran. Otros sólo miran desde lejos porque es inevitable no caer en la negación. Se suponía que al repetir con el corazón en las manos: “líbranos y guárdanos de todo mal” era un manifiesto para que la desgracia nos viera de lejos.

La vida en un parpadeo cambia, es tan vulnerable como la hoja del dólar que cae del árbol. Tan perfecta y fuerte, tan frágil y vulnerable. La vida cambia al mirarla en otro tonos, con otros ojos; la tocamos de distinta manera. Los alcatraces florecen tan blancos, tan radiantes, el tallo largo es color verde como el oasis de sus ojos infinitos y el sol en medio, largo, tan vivo como la imagen de fortaleza que siempre le he conocido.

Cáncer, palabra que no sólo tiene un significado etimológico sino tiene un millón más que van desde la furia, hasta la sorpresa, el enojo y el quebranto. La solemnidad, el pesimismo, la angustia, el llanto. Palabra que arrasa con todo, así como la ola de mar que se proyecta en un risco en medio de una tormenta. Lacerante e inhumano que inquieta los sueños y los días; balanza de la vida y de la muerte. Uno debe de buscar entre los recovecos de la impaciencia de nuestro corazón, justo ahí está la esperanza, la fe de que todo marchará a favor de esa persona que está pasando por esas horas álgidas: momentos turbios que sostienen el alma con esa fuerza que aún desea luchar hasta el final.

Adela le pide al buen Dios todos los días por su restablecimiento, ella sabe que él le ha proporcionado todas las armas para combatir tan tremenda lucha. Su FE es inquebrantable, nunca se enojó con la vida, ni con Dios, se sostuvo más de su mano, respiró profundamente y desde ese día ha braceado hasta el otro extremo porque sabe que aún hay vida por vivir, cielos por contemplar, lluvia por escuchar, amores, sus amores por amar más.

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