Por: Julieta E. Libera Blas.
“Sabio espejo consejero saber quién es la más hermosa quiero”
BlancaNieves y los Siete Enanitos (1937)
Apreciados lectores y lectoras:
La madrastra malvada de BlancaNieves, aquella que le mandó a quitar la vida unas cuantas veces exigiendo como prueba su corazón dentro de un cofre, esa misma que le entregó en propia mano una manzana envenenada para que segundos después cayera aparentemente muerta. Todas aquellas lágrimas, el sufrimiento de los enanitos al verla dormida eternamente dentro de un ataúd de cristal. El dolor del príncipe al verse sumido en la soledad que regala la ausencia eterna provoca en él entregarle el primer y último beso solo para demostrarle que pese a la muerte su amor seguirá vivo. Mientras esta escena sucede sabemos que la madrastra malvada es feliz pues la mujer que opaca su belleza, por fin ha muerto.
Soy sincera con esto que he escrito para ustedes, no sé hacia adónde ir. Pensé en narrarles una historia de ese amor tórrido que sentimos cuando en cierta etapa de nuestras vidas, el espejo es nuestro amigo y aliado y como tal nos ofrece una imagen fascinante de nuestro cuerpo, rostro; alentándonos a ser mejores cada día más y un poco más hasta que se convierte en nuestro peor enemigo. Es capaz de lanzarnos al abismo provocando una imagen amorfa, pobrísima de nosotros, la más cruel, la que nos llena de escozor y algunas veces de repugnancia porque no hay peor juez que una misma. Aprendemos desde infantes que debemos de ser las más hermosas o los más guapos. Inteligentes, exitosos, altamente sociables, los más solicitados y que debemos de usar el mejor vestuario para salir día a día a escena solo para ser aplaudidos y glorificados, cada día por el resto de nuestros días.
Y no paramos ahí, utilizar una máscara por cada estado de ánimo y cada aplauso es la tarea más fácil ¿o la más difícil? Porque salimos a la calle posiblemente con el corazón roto, el alma hecha pedazos, la autoestima herida, pero nuestro deber es decirle al mundo que todo va de maravilla, aunque nuestros planes no hayan tenido éxito y que nuestras decisiones quizá no fueron las mejores pero ¿quién no se equivoca? ¿quién no toma una decisión que haga la diferencia en su día a día? Las tomamos porque debemos de construir nuestras vidas con errores y aciertos. Sí, tal vez nos arrepentimos porque el resultado no era el esperado y es entonces cuando buscamos culpables. Los primeros en caer en una red de “hubieras” somos nosotros, nos culpamos haciéndonos preguntas sin respuestas, atacamos nuestras debilidades y fortalezas. Lamentamos no ser más estrictos en nuestras vidas, más disciplinados, duros, cínicos, ambiciosos, atractivos…
Nuestra imagen real, la más bella, se va quebrando con cada palabra. Pocas personas saben del amor incondicional hacia sí mismos, sin ser un Narciso que se hunde en su propio reflejo. ¿cuántas veces nos hemos visto en ese espejo sin temor? Sin decirnos: mi nariz está chueca. mis labios están muy delgados o muy gruesos, mi cabello es demasiado rizado, ondulado, liso, crespo, corto, largo. Mis manos son pequeñas y mi cintura, ¿en dónde quedó? Mi cuerpo no es tan atlético, quiero mis brazos y piernas con mayor musculatura. No tengo el cuerpo que deseo, que he soñado, que he esperado. Tengo que ser reconocido, querido, aceptado. Tengo que ser perfecto.
No está mal desear cada día más, ser mejores personas, profesionistas, querer tener los mejores accesorios o desear en nuestros libreros las mejores editoriales sin importar el costo.
Decía el doctor Sánchez Mejía:
“si quieres ser panadero, sé el mejor panadero” y es que no importa a lo que nos dediquemos, lo que debería de interesarnos es ser “el mejor para nosotros” – vivimos en una jungla en donde todos en cualquier momento nos pueden devorar con palabras y hechos. El animal más peligroso es ése que todas las mañanas o casi todos los días nos desgarra. ¿y qué hay de nuestra imagen? Sí, ésa imagen a la que golpeamos todos los días pero no generalizo porque existen personas que se aman tanto que no se permiten lapidarse de ninguna manera porque saben que son humanos y como tal tienen errores y aciertos; que no todo se basa en nuestra persona sino en nuestras acciones que invariablemente tienen una reacción. Pero no olvidemos algo: cada ser humano es distinto al otro, cada uno tiene su propia manera de pensar y es por eso que gozamos de ese atractivo que nos hace ser, únicos e irrepetibles. Esa imagen que utilizamos a nuestro antojo, que algunas veces atormentamos porque no hemos hecho ejercicio en días o años, porque comimos de más el fin de semana, porque nos excedimos de golosinas o de bizcochos o porque dormimos de más, dice mi mamá “Todo en exceso es malo” y tiene razón.
¿Recuerdan aquella escena en donde Mark Darcy le dice a Bridget Jones “No creo que seas tonta. Bueno, sí que hay ciertos aspectos ridículos en ti… Realmente eres una pésima oradora. Y sueles soltar lo primero que te viene a la cabeza sin tener en cuenta las consecuencias. En realidad y, tal vez, a pesar de las apariencias, me gustas…muchísimo. Me gustas muchísimo tal como eres” ( Bridget Jones´s Diary, Universal Pictures 2001)
Es lamentable que no podamos aceptarnos totalmente y que siempre estemos buscándole tres pies al gato, como diría mi papá. Es una pena que no nos gustemos tal cual somos.
Lo terrible de todo esto es que casi nunca nos enfrentamos a ese reflejo que nos pide ser nosotros mismos. Darnos la oportunidad de aceptarnos, de estar en paz con nuestra alma, de mirarnos sin rechazo. Aprendemos tan fácil a culparnos de todo y nos cuesta tanto trabajo liberarnos de ese lastre. Vivimos atados al miedo y al rechazo, cuando sería tan fácil mirar nuestros logros y aceptar de manera simple y no tiránica nuestros acciones.
¿Y qué tal si una mañana despertamos y nos miramos al espejo con orgullo y amor? Observarnos sin encontrarnos defectos solo aceptándonos para amarnos. Es tan fácil decirlo pero hacerlo es tan complicado, es un proceso que lleva su tiempo porque nada de esto es una receta mágica. Se trata de mirar la vida de una forma distinta, mantener el paso, vivir no sobrevivir.
Por sobrevivir hemos perdido la gran aventura de vivir, esos momentos de poca lucidez nos han provocado heridas tan profundas que suelen supurar de por vida. Nos aferramos al pasado y a la culpa, a la frustración, que no somos capaces de curar bien las heridas, así que solo la limpiamos por fuera, le pegamos una curita y fin del tema pero ¿qué hay de lo que queda dentro de los pliegues de la piel? Fingimos que no existen, juramos que estamos libres de todo. Sin embargo siempre hay una detonante que arrasa casi con todo, nos enfrentan y si tenemos la humildad de vernos en ese espejo, nos damos cuenta que la vida es tan corta que se nos va en nimiedades. Admiro a todas aquellas personas que han tenido la capacidad del amor propio, varios no tienen jamás la oportunidad de conseguirlo porque la vida simplemente se termina.
Hace muchos años una amiga se miraba todo los días al espejo porque deseaba ser la más bella, perfecta, inteligente. Llegó a ser talla cero pretendiendo adelgazar solo un poco más para verse mejor y aunque era una chica inteligente tenía un vacío tan grande que ni siquiera lo podía consolar con comida o dulces. Era tan alegre y vivaz que así transcurrieron diez años, hasta que un día se miró nuevamente al espejo y casi con horror notó que su cuerpo apenas era una hoja que caía lentamente del árbol de su vida. ¿llegó su príncipe azul a salvarla besándola tiernamente los labios? ¿Llegó su Mark Darcy? ¿o fue el amor propio que la salvó? Quizá eso fue, lo poco que aún proviene de entre los pliegues de su piel provocando en ella enfrentarse al único reflejo que tendrá en toda su vida: ella misma. Con todo lo que significaba ser ella, tal cual es.



cuando sabes que tenemos realidades paralelas
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