sosiego

El sosiego de la lectura

Por Julieta E. Libera Blas.

“He buscado el sosiego en todas partes, y solo lo he encontrado sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos.”

Thomas De Kempis.

Queridos y apreciados lectores.

¿Recuerdan el primer libro que leyeron en su vida? ¿Recuerdan la curiosidad o el repelús que sintieron al recibir la orden de leerlo? Contaba quizá con unos diez años cuando mi hermana mayor entró a la habitación con un libro enorme llamado David Copperfield (1850) escrito por un tal Charles Dickens.

Ella me dijo: “Toma, quiero que lo leas, no estés ahí sin hacer nada”. Cuando cogí el libro lo primero que sentí fue lo pesado que era, después observé con curiosidad el color blanco y rojo de sus pastas ya desgastadas. Las hojas blancas eran delgadas y las letras muy pequeñas. ¡Claro! A los diez años el tamaño de las letras poco nos importan pero a esta edad lo que se busca es una editorial que use un tamaño de letra decente. No me acuerdo el tiempo que invertí en su lectura pero lo encontré maravilloso. Muy al contrario cuando me impusieron en sexto año leer El fantasma de Canterville (1887) de Oscar Wilde –al cual por cierto, en ese momento le declaré la guerra porque terminé despreciándolo-. Nunca terminé de leerlo porque la lectura no se impone como grilletes sino se invita con alevosía a perderse entre sus párrafos, a enamorarse de un titulo para así caer rendido ante su hechizo.

Esta casa nunca ha estado vacía de libros, siempre vi a mis papás leyendo en sus ratos libres o los escuchaba comentar acerca de alguna novela que habían terminado de leer para después recomendársela a mi hermana. Recuerdo mucho una novela inmensa y muy famosa en aquellos ayeres llamada Raíces (1976) de Alex Haley. Mi hermana y mi mamá la conversaban con una intensidad bárbara, los personajes de aquella novela tan cruda, se convirtieron en parte importante de la sobremesa, era como si llevaran una vida conociéndolos.

Al entrar a la biblioteca de la casa miraba asombrada los libros que ahí reposaban. Cada estante de madera se embellecía con libros de pastas duras y suaves de varios colores. Cada libro al momento de leerlos adquiría vida pues sus personajes se convertían en pieza fundamental en nuestro cotidiano. Entre Luis Spota, Stefan Zweig, Capote, Poniatowska, Antoine de Saint-Exupéry, Maquiavelo, Dante Alighieri, Rulfo, García Márquez, Platón, enciclopedias monumentales, la colección de El libro de oro de los niños, otra más acerca de la Primera y Segunda Guerra Mundial así como con otros  escritores fui construyendo la complicidad y el amor que le tengo a la literatura.

La literatura siempre ha sido el mejor escape que he tenido en mi vida, para el mal de amores, heridas abiertas, frustraciones, enojos, duelos…

Cada titulo que llega a nuestras manos no es por casualidad, estoy segura de eso, llega a nosotros por alguna razón importante. Hace unos años el hermano de mi papá estuvo grave en el hospital, el desasosiego en casa era tal que cada vez que sonaba el teléfono nos quedábamos mirando preguntándonos quién sería  valiente para tomar la llamada y escuchar lo que se espera pero a su vez no quiere ser el que dé la noticia.

Aquellas noches eran tan estresantes que decidí leer por la madrugada, fui a uno de mis libreros y ahí estaba apacible un libro de pasta blanca con el nombre del autor en color rojo Rafael Pérez Gay, El cerebro de mi hermano (2019). Narra con sumo dolor la evolución de la enfermedad degenerativa e incurable de su hermano José María Pérez Gay. Cada página me estrujaba el corazón ¿cómo era posible que la casualidad me hubiera llevado hasta ese libro? ¿Cómo fue posible que al concluirlo una madrugada de mayo mi tío querido falleció en el hospital en total quietud al igual que el protagonista del relato?

Las hermosas casualidades que nos obsequian los libros, nos provocan llanto, risa, molestia, tensión, fastidio, reflexión y una que otra indirecta que cachamos al aire porque los libros también nos provocan tomar decisiones o al menos pensarlas.

Tengo cientos de imágenes almacenadas en mi cerebro de historias que otros han escrito; esa es la magia que tiene cada lectura: el poder imaginar paisajes, desdibujar rostros, construir mundos, ciudades, pueblos. Sentir amor y desprecio, confusión; conocer países tan lejanos como también galaxias. La sensación que nos dan es única y lo que es mejor, podemos percibir aromas, solo para perdernos en los recuerdos que nos llevan a los momentos más preciados de nuestras vidas pero también a los menos soportables.

Cada lectura leída ha sido una aventura. Es curioso que recuerde a pesar del tiempo a algunos personajes y me siga preguntando: qué habrá pasado con ellos. Porque cuando construimos personajes les damos un fin pero ellos tienen la habilidad de continuar en su propio espacio y tiempo; esa es su virtud: la permanencia.

Mis padres no me leyeron cuentos por la noche antes de que durmiera pero tengo claro el recuerdo de verlos charlar con amoroso afán algún libro. Libros que ahora pertenecen a mi biblioteca y que guardo con infinito amor y agradecimiento pues de ellos aprendí que no hace falta tenerlo todo porque algunas veces con la imaginación basta.

Deja un comentario