Por Juan de Lobos.
Queridas lectoras, amables lectores, traje a la mesa un tema que me apasiona, al cual le he invertido muchas horas y afortunadamente no tanto dinero como se pudiera pensar, hablo del coleccionismo.
Desde pequeño he sido un coleccionista, mis padres fueron coleccionistas (tenían una increíble colección de agitadores de plástico para bebidas y una enorme pecera con carteritas y cajitas de cerillos, al alcance de los niños, benditos ochentas). A mí en lo personal siempre me llamaron la atención las colecciones y mi mamá y mi papá procuraban en la medida de sus posibilidades el apoyar esa afición, colecciono desde entonces: Timbres postales, billetes, monedas, figuras de acción, juguetes, miniaturas, lobos, máquinas de escribir, magos, gnomos, faroles, hombres lobo, revistas, libros, piedras, plumas, tarjetas, dados, canicas y últimamente juegos de mesa.
Me entusiasma mucho el encontrar una pieza rara, única; la emoción de localizar una ganga u obtener en un intercambio algún objeto que haga crecer mi colección e incremente el acervo de otro entusiasta coleccionista. Pero además el coleccionismo me ha regalado mucho conocimiento, no solamente se acumulan cosas, también datos, fechas, lugares e historias curiosas que además te permiten abrir o seguir cualquier tipo de conversación.
Observo el objeto, siento su peso, su forma, admiro los detalles, miro los colores y busco algo que me permita investigar un poco más sobre el mismo, imagino que es una pieza única y ese simple pensamiento me llena de emoción. Si se trata de un juego de mesa la experiencia además incluye la emoción anticipada de jugarlo, comprender sus reglas y mecánicas para más adelante vivir el desafío que representa, jugar por jugar, no importa el resultado mientras sea divertido.
Hay varias formas de llamar a ese impulso emocionante de juntar cosas: Coleccionar, acumular, pepenar buscar chacharear, cachivachear, tilichear y un largo etcétera que describen esa sensación de pertenencia y propiedad sobre un inmenso número de extraños, curiosos e increíbles objetos.
Son muchas las sensaciones que comparto con mis hermanos coleccionistas y en muchas ocasiones he tenido la oportunidad de compartir sus experiencias y colaborar con la propia para dar u obtener un poco de luz sobre algún coleccionable, a veces esto también ha llegado a ser un poco contraproducente, ya que en ocasiones, el mostrar demasiado interés o conocimiento sobre un objeto, hace que el vendedor o el trocador, incrementen su precio o pidan más a cambio del objeto.
Seguramente existe una interesantísima tesis psicológica que ayude a comprender las razones por las cuales los seres humanos (y algunos otros seres sintientes también) guardamos y atesoramos pequeños, medianos o grandes objetos; la desconozco, pero seguramente habla sobre el apego, sensación de seguridad, sentimientos positivos, o aferrarse a algo o a alguien.
Para mí el coleccionar es guardar instantes, recuerdos, sentimientos y sensaciones; es un camino sinuoso y divertido para aprender y recabar (valga la redundancia) una serie de datos inútiles e interesantes o para encender la curiosidad, es sentirme un poco como aquel dragón llamado Smaug quien reposaba sobre toneladas de oro arrebatado a los enanos de debajo de la montaña. Algo sabrán los dragones sobre acumular riquezas. Y aquí puedo invitarlos a leer “El Hobbit” de J.R.R.Tolkien, una pequeña novela maravillosa que entre líneas, entre otras cosas, nos platica sobre las posesiones materiales y su efímero paso por nuestra existencia y el trabajo que nos cuesta obtenerlas y lo fácil que a veces resulta perderlas, además del costo que tenemos que dar a cambio. Una novela imperdible y única.
Hay quienes coleccionan experiencias, videos, discos de vinil, productos de limpieza, encendedores, muñecos de peluche, cajetillas de cigarros, dientes, escafandras, uñas, estambres, postales, enciclopedias, bastones, frascos, picaportes, periódicos, tapetes, mascadas, botones, rehiletes, mancuernillas, figuras religiosas, instrumentos musicales, fotografías, joyería, hombres, perritos, gatitos, changuitos, ceniceros, material de papelería, herramientas, estufas, candelabros, mujeres, velas, mandalas, armas, incensarios, móviles, campanas, cruces, medallas, rompecabezas, cucharones, animales y corazones disecados y algunos sueños.
Comenzaré a coleccionar esto último también.
¿Y ustedes, amables lectores, queridas lectoras, qué coleccionan?
Quedo de ustedes.
No soy una coleccionista. Soy un museo.
Marguerite “Peggy” Guggenheim. Coleccionista y filántropa estadounidense.


