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Desde el potrero semanal.

Por Roberto G. Amezcua

Hola, es un gusto saludarte de nuevo. Gracias por entrar a leer esta tu columna “Desde el potrero”. Por cierto ¿leíste mi columna especial de ayer en “Miércoles de”? Ojalá hayas podido, si no, te invito nuevamente hoy a que la busques y la leas.

La final esperada en la liga.

No pretendo hablar de lo que ya se habla en todos los medios de comunicación y redes sociales, pero me es imposible sustraerme a hablar un poco a la final que se empieza a jugar el día de hoy (jueves) entre las Águilas del América y los Tigres de la UANL.

Llegan los equipos más consistentes en la temporada regular, cuyos números en enfrentamientos directos en liguilla en torneos cortos es de tres victorias por equipo. Yo sinceramente veo una final muy pareja y muy igualada, no me animo a dar favorito. Pero vamos a ver que dice el balón mientras ruede en 180 minutos.

No es que no den ganas a veces (pero no se debe)

Ya sea como jugador, como aficionado o bien como televidente, muy seguramente todos hemos querido zarandear, golpear, ahorcar o de menos pellizcar a un árbitro o autoridad deportiva.

Son seres que cometen errores y ello afecta directamente a nuestro equipo; y si tú eres tan pasional como yo, afectará tu estado de ánimo toda la semana.

Y sí, uno quiere hacer algo al respecto, lo cual no significa que esté bien o que podamos hacerlo.

Ciertamente su labor es difícil (y seguramente sus señoras madres las más recordadas). Es difícil contenerse ante una injusticia deportiva, pero ello no significa que se deba validar la violencia o la agresión. Estamos en un mundo muy polarizado como para que nos permitamos avalar agresiones y amenazas en contra de los árbitros o autoridades de juego.

¿Se equivocan? Sí, como cualquiera de nosotros podemos equivocarnos en nuestro trabajo (y no por ello aceptamos golpes, gritos y sombrerazos). ¿Frustra que un árbitro se equivoque? Eso sí, no hay ni que discutir al respecto, pero reitero… eso no justifica la violencia ni la agresión.

El contexto del párrafo anterior

Muy sonado fue el caso de la agresión en Turquía al árbitro Umut Meler por parte de Faruk Koca presidente del club de fútbol Ankaragücü de la superliga turca de futbol.

Son imágenes difíciles de ver, al árbitro le propinan un puñetazo que lo mandan al suelo y como se suele decir ahora… “pantallazo azul.

Todo empezó por que el árbitro Umut Meler había expulsado a un jugador del Ankaragücü y para coronar la labor, el equipo contrario empató al minuto 97, lo cual desató la furia y desencadenó a los demonios internos del señor Faruk Koca quien acabando el juego bajó al césped e hizo uso de la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente) y dio el golpe de su vida en el rostro al colegiado.

Las consecuencias

Y como nada puede, ni debe quedar impune, las consecuencias no se hicieron esperar: de entrada la Federación Turca de futbol decidió suspender los partidos de la liga turca de manera indefinida y hasta que el asunto no se aclare y esto se da en clara protección a los árbitros.

La cosa no queda de ese tamaño, no, ¡pues faltaba más! Este incidente llego hasta “mero arriba” y el mismísimo Ministro de Justicia de Turquía anunció sanciones legales contra el agresor y contra quien pudiese estar involucrado, pues se desprende que aún tirado en el suelo varios miembros del cuerpo técnico le propinaron patadas en la cara y el estómago.

El hecho ha sido marcado como una vergüenza, y no es para menos. Reitero, nada justifica la violencia.

Antes de despedirme, agradezco a mi gran amigo Omar Rodríguez Rivera (insigne y nunca bien ponderado atlantista) por haberme dado luz y sugerirme este tema, cuando sinceramente andaba yo perdido.

Agradezco también en todo lo que vale tu amable atención a esta columna. Nos vemos en una semana “desde el potrero”. (¿Qué tal van las celebraciones decembrinas?)

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